“Nací con una audición perfecta y a los dos años, debido a una otitis, me suministraron streptomicina que me hizo perder oído. Soy lo que se llama hipoacúsica, aunque vulgarmente se me considera sorda.
Me eduqué en un colegio de oyentes, porque así se lo recomendaron a mis padres, y a parte de no tener ningún profesor de apoyo, tuve que llevar audífonos desde los 8 años. No conocí a ningún otro sordo como yo.
Las niñas me maltrataban por ser diferente y volvía llorando a casa pidiéndole a mi madre que me cambiara de colegio. Pero, aunque ella iba a hablar con los profesores, permanecí en el centro sin que nada cambiara y sintiéndome impotente frente a la crueldad de mis compañeras y de algún profesor. Acabé creyendo que no podía escapar de aquello y que sólo me quedaba rezar.
Soy una persona adulta que no puede mirar a la cara de aquellas niñas de la infancia. No guardo resentimiento pero yo sé muy bien lo que viví y no quiero pasar página como si nada hubiera pasado; por eso no les miro a la cara.
Aprendí desde pequeña a leer los labios y eso me ha sido imprescindible para manejarme en situaciones donde no podía entender las conversaciones. También sé guiarme por el contexto de lo que se dice al oir alguna frase aislada. Claro que también meto la pata diciendo algo que no viene al caso porque no he oído bien; ¡pues no me he reído poco ni nada!
Los grupos siempre han sido mi caballo de batalla. No entiendo cuando hablan varias personas a la vez, o cuando no vocalizan o hablan bajo. La gente se debe creer que soy rara o asocial porque no río las gracias de los demás ni participo en muchas conversaciones: ¡es que no les entiendo!
He conseguido estudiar una carrera y, en el camino, tuve el convencimiento interior de que quería ayudar a los demás para que tuvieran a alguien que les acompañara en su sufrimiento, como me hubiera gustado tenerlo a mí.
Los sordos no somos tontos sino personas con una discapacidad que socialmente no se entiende. Es normal ver a una persona con gafas, pero se te quedan mirando como si fueras un marciano si te ven con audífonos, sobre todo si eres joven.
No tengo problema en decir abiertamente que no oigo bien y que necesito que me hablen claro y mirándome a la cara. Hago esfuerzos por prestar atención a lo que me dicen, pero hay gente que sigue hablando a su manera habitual, rápido, bajo o sin vocalizar. Si eso ocurre, me concedo el derecho de “pasar del otro” porque no puedo hacer más por entender lo que me dicen. El problema lo tiene el otro, no yo.
He aprendido a no avergonzarme de mi deficiencia y a tomarla como una oportunidad de comprender a los que son diferentes. Sin duda, lo que he vivido me ha dado una mayor sensibilidad con todos ellos”
Testimonio de una persona con hipoacusia. Extracto de una conferencia que pronuncié sobre el tema. Dejo los comentarios a vuestra participación.
Caminamos…Belén Casado Mendiluze